Cuarenta estaciones: la tierra, el agua, el aire y el fuego
Las piezas de arte logran que los objetos y sus materiales generen relaciones propias que son ajenas a la razón y que afectan al estado humano. En la ontología del arte hasta el momento, la forma surge como un concepto masculino, frente a la materia que se muestra femenina. Materia en sus múltiples orígenes etimológicos es mater, matrix, madera, bosque. La tierra, el agua, el aire y el fuego, son los elementos que han sido comunes para entender la materia. En Oriente, también se considera al metal y a la madera para referirse a lo fluido.
El siglo XXI comienza a desactivar la hegemonía moderna, se van incorporando otras cosmovisiones que durante muchos siglos fueron invisibilizadas.
Aristóteles ya había nombrado un elemento matérico extraterrestre, consideraba que los objetos celestes -las estrellas- sólo podían estar formadas por la quintaesencia: el éter.
Los cuatro elementos más comunes están incluidos en el proceso de la cerámica -material protagónico de esta exhibición- son agentes activos en un ciclo de integración y transformación de la materia. Frente a una pieza de cerámica acudimos tanto a lo ancestral como al futuro, a lo esencial como a lo fluido. Estas formas binarias de clasificar puedan desactivarse como resultado de las relaciones propias que se producen en la materia, diálogos, mutaciones, simbiosis.
El arte se asigna la tarea de cuestionar los sesgos heredados, hacerlos visibles, ponerlos en escena, así se produce la desactivación de las formas binarias: forma-contenido, cuerpo-mente, esencia-fluidez, natural-artificial, entre otros.
La cerámica y el barro, materiales utilizados desde hace más de 20.000 años, y la relación con los ciclos naturales y su capacidad de transformación, son testimonios materiales de la interacción entre humanidad y entorno.
Dafne Kleiman indaga la integración de lo funcional y lo simbólico. Esta inquietud que es parte de su impronta: disolver las fronteras entre arte y funcionalidad, los pigmentos y las luces se potencian y la materialidad encarna los símbolos.
Las obras de Cuarenta estaciones son dispositivos que vienen del pasado o quizás del futuro. La línea de tiempo moderna parece estar detenida, al menos interrumpida o cuestionada por el ritual que proponen cada una de las piezas. La artista desde su percepción conecta e integra partes que parecen estar dispersas. La forma y el color de estos objetos se desvanecen en el paisaje, en la luz que pauta las horas del día. Las obras se acoplan a la naturaleza, se incorporan como arte-factos.
Cuarenta estaciones (primavera, verano, otoño, invierno) transcurren desde que Kleiman se muda desde la Ciudad de Buenos Aires al campo de Maldonado. La instalación de ciento veinte piezas de cerámica pigmentada, alude a los ciclos naturales y su transformación. Las piezas que se muestran frágiles son parte del entramado ecológico que supera la idea de naturaleza y su sesgo edénico.
Derivas de sol es una mini instalación de cinco esculturas-dispositivo. Aparece la sutil diferencia de pigmentación en las piezas verdes que remite al transcurrir del día en el campo, a través de la luz. La obra invita a reflexionar sobre el dinamismo del tiempo solar recordándonos que no es el sol el que se desplaza, sino nosotros.
En una entrevista con la artista cuenta que ...Para confeccionar las esculturas-dispositivo, me propuse que realmente funcionen, por lo que comencé a desarrollar un prototipo de reloj de sol para el hemisferio sur a una latitud promedio entre Montevideo y Buenos Aires. Este experimento lo vengo desarrollando, validando y ajustando en colaboración con ChatGPT.
Kleiman cuestiona el antropocentrismo y nos sitúa como parte de un entramado más amplio y diverso. A su vez el concepto de la naturaleza otra vez se ve filtrado por la tecnología, y una inteligencia no humana verifica los resultados.
También comenta la artista: Este proyecto incorpora un encuentro entre el pasado y el mundo contemporáneo al integrar el empleo de inteligencia artificial en el proceso de creación de una pieza de medición antigua. El diálogo entre lo ancestral, representado por los relojes solares, y lo contemporáneo y futurista reflejado en la tecnología utilizada, es un puente que conecta el tiempo y la evolución.
Más de mil cielos es otra obra compuesta por ocho piezas de porcelana. La iluminación secuenciada, junto con sonido nocturno, crea una atmósfera que conecta al espectador con lo incognoscible del universo.
La artista durante estos últimos diez años en el campo, ha recopilado lo que denomina el octavo esquema de armonía cromática. Un esquema propio de la naturaleza en el cual el paisaje genera combinaciones fuera de toda teoría del color clásica. Utiliza una paleta de más de ciento veinte colores logrados tras meses de pruebas con formulaciones de engobes, bajo cubierta y pigmentos cerámicos. Y las fotografías tomadas en ese período, definen un apunte sobre otra posible teoría del color que luego es aplicada a su obra.
La exposición incluye en el exterior de la galería la instalación interactiva Cuatro elementos, compuesta por vasijas de cerámica encastrables. Su contenido simboliza los elementos que son la esencia del proceso cerámico. Alrededor de la obra cuatro asientos que componen un círculo, permiten a los visitantes interactuar con la instalación, tomar asiento, reflexionar y habitar la obra en relación directa e inmersos en el paisaje de Pueblo Garzón.
Existen muchas constelaciones posibles en la exhibición, la impronta primigenia de la artista acude a través de la materia al espacio y del espacio hacia el espectador. El fin de recorrido nos conduce a una escultura/reloj de sol que interpela acerca del valor del tiempo real y del ficticio.
Timothy Morton [1] proporciona al siglo XXI la idea de pensar la ecología sin naturaleza. Esto nos acerca al cuestionamiento de algunos temas heredados que desde su apariencia ingenua producen violencia epistémica. La ecología no solo son los espacios verdes, las reservas naturales, también incluye otros temas que parecen lejanos. Todas las formas de discriminación y desigualdad, son parte del ecosistema aunque no refieren a los espacios verdes. Desde la doxa y la episteme se ha generado la idea de Naturaleza, esa que aparece ajena a lo humano, explotable infinitamente y con características paradisíacas benevolentes que nos conducen a la pureza y lo original.
Morton plantea que la naturaleza no se mueve en líneas rectas ni se ajusta a relojes; fluye, se pliega y ondula y que cuanto más nos conectamos con la Tierra, más nos damos cuenta de que sus ritmos no son nuestros ritmos.
La materia surgió del big bang y fue la primera naturaleza; la segunda naturaleza, cuando surge la vida con las primeras bacterias; la tercera naturaleza, cuando se producen los artefactos culturales, entre otras implicancias humanas.
Cuarenta estaciones es un trayecto de trabajo profundo, una investigación que lleva al límite el concepto de la artesanalidad, el diseño, lo utilitario, lo simbólico y nos sumerge en la observación. Explora lo salvaje, lo domesticado, y emerge el concepto de feral, aquello que fue doméstico y se vuelve salvaje de nuevo. Kleiman parece surfear muy tranquilamente entre esas ideas. Su taller es una mezcla de proyecto científico donde la tecnología e incluso la IA son parte del proceso creativo junto al barro, la cerámica y los pigmentos.
Estos conductores de ideas se prestan para que la artista los interponga en el transcurrir del tiempo en el campo, entendiendo este tiempo como una secuencia de luz donde el color proporciona a la materia y su forma, el esplendor de una naturaleza sin sesgos de confirmación, que abandona lo ilusorio para conectar con la magia, la alquimia y un arte que surge del paisaje uruguayo.
Fernando López Lage
Pueblo Garzón, Uruguay. 2025
[1] Timothy Morton (Inglaterra, 1968) es un filósofo inglés, autor de una obra muy personal, que incluye la ecología, las ciencias duras y las artes visuales. Es profesor en la Rice University. Entre otros libros escribió Humankind y The Ecological Thought.
El siglo XXI comienza a desactivar la hegemonía moderna, se van incorporando otras cosmovisiones que durante muchos siglos fueron invisibilizadas.
Aristóteles ya había nombrado un elemento matérico extraterrestre, consideraba que los objetos celestes -las estrellas- sólo podían estar formadas por la quintaesencia: el éter.
Los cuatro elementos más comunes están incluidos en el proceso de la cerámica -material protagónico de esta exhibición- son agentes activos en un ciclo de integración y transformación de la materia. Frente a una pieza de cerámica acudimos tanto a lo ancestral como al futuro, a lo esencial como a lo fluido. Estas formas binarias de clasificar puedan desactivarse como resultado de las relaciones propias que se producen en la materia, diálogos, mutaciones, simbiosis.
El arte se asigna la tarea de cuestionar los sesgos heredados, hacerlos visibles, ponerlos en escena, así se produce la desactivación de las formas binarias: forma-contenido, cuerpo-mente, esencia-fluidez, natural-artificial, entre otros.
La cerámica y el barro, materiales utilizados desde hace más de 20.000 años, y la relación con los ciclos naturales y su capacidad de transformación, son testimonios materiales de la interacción entre humanidad y entorno.
Dafne Kleiman indaga la integración de lo funcional y lo simbólico. Esta inquietud que es parte de su impronta: disolver las fronteras entre arte y funcionalidad, los pigmentos y las luces se potencian y la materialidad encarna los símbolos.
Las obras de Cuarenta estaciones son dispositivos que vienen del pasado o quizás del futuro. La línea de tiempo moderna parece estar detenida, al menos interrumpida o cuestionada por el ritual que proponen cada una de las piezas. La artista desde su percepción conecta e integra partes que parecen estar dispersas. La forma y el color de estos objetos se desvanecen en el paisaje, en la luz que pauta las horas del día. Las obras se acoplan a la naturaleza, se incorporan como arte-factos.
Cuarenta estaciones (primavera, verano, otoño, invierno) transcurren desde que Kleiman se muda desde la Ciudad de Buenos Aires al campo de Maldonado. La instalación de ciento veinte piezas de cerámica pigmentada, alude a los ciclos naturales y su transformación. Las piezas que se muestran frágiles son parte del entramado ecológico que supera la idea de naturaleza y su sesgo edénico.
Derivas de sol es una mini instalación de cinco esculturas-dispositivo. Aparece la sutil diferencia de pigmentación en las piezas verdes que remite al transcurrir del día en el campo, a través de la luz. La obra invita a reflexionar sobre el dinamismo del tiempo solar recordándonos que no es el sol el que se desplaza, sino nosotros.
En una entrevista con la artista cuenta que ...Para confeccionar las esculturas-dispositivo, me propuse que realmente funcionen, por lo que comencé a desarrollar un prototipo de reloj de sol para el hemisferio sur a una latitud promedio entre Montevideo y Buenos Aires. Este experimento lo vengo desarrollando, validando y ajustando en colaboración con ChatGPT.
Kleiman cuestiona el antropocentrismo y nos sitúa como parte de un entramado más amplio y diverso. A su vez el concepto de la naturaleza otra vez se ve filtrado por la tecnología, y una inteligencia no humana verifica los resultados.
También comenta la artista: Este proyecto incorpora un encuentro entre el pasado y el mundo contemporáneo al integrar el empleo de inteligencia artificial en el proceso de creación de una pieza de medición antigua. El diálogo entre lo ancestral, representado por los relojes solares, y lo contemporáneo y futurista reflejado en la tecnología utilizada, es un puente que conecta el tiempo y la evolución.
Más de mil cielos es otra obra compuesta por ocho piezas de porcelana. La iluminación secuenciada, junto con sonido nocturno, crea una atmósfera que conecta al espectador con lo incognoscible del universo.
La artista durante estos últimos diez años en el campo, ha recopilado lo que denomina el octavo esquema de armonía cromática. Un esquema propio de la naturaleza en el cual el paisaje genera combinaciones fuera de toda teoría del color clásica. Utiliza una paleta de más de ciento veinte colores logrados tras meses de pruebas con formulaciones de engobes, bajo cubierta y pigmentos cerámicos. Y las fotografías tomadas en ese período, definen un apunte sobre otra posible teoría del color que luego es aplicada a su obra.
La exposición incluye en el exterior de la galería la instalación interactiva Cuatro elementos, compuesta por vasijas de cerámica encastrables. Su contenido simboliza los elementos que son la esencia del proceso cerámico. Alrededor de la obra cuatro asientos que componen un círculo, permiten a los visitantes interactuar con la instalación, tomar asiento, reflexionar y habitar la obra en relación directa e inmersos en el paisaje de Pueblo Garzón.
Existen muchas constelaciones posibles en la exhibición, la impronta primigenia de la artista acude a través de la materia al espacio y del espacio hacia el espectador. El fin de recorrido nos conduce a una escultura/reloj de sol que interpela acerca del valor del tiempo real y del ficticio.
Timothy Morton [1] proporciona al siglo XXI la idea de pensar la ecología sin naturaleza. Esto nos acerca al cuestionamiento de algunos temas heredados que desde su apariencia ingenua producen violencia epistémica. La ecología no solo son los espacios verdes, las reservas naturales, también incluye otros temas que parecen lejanos. Todas las formas de discriminación y desigualdad, son parte del ecosistema aunque no refieren a los espacios verdes. Desde la doxa y la episteme se ha generado la idea de Naturaleza, esa que aparece ajena a lo humano, explotable infinitamente y con características paradisíacas benevolentes que nos conducen a la pureza y lo original.
Morton plantea que la naturaleza no se mueve en líneas rectas ni se ajusta a relojes; fluye, se pliega y ondula y que cuanto más nos conectamos con la Tierra, más nos damos cuenta de que sus ritmos no son nuestros ritmos.
La materia surgió del big bang y fue la primera naturaleza; la segunda naturaleza, cuando surge la vida con las primeras bacterias; la tercera naturaleza, cuando se producen los artefactos culturales, entre otras implicancias humanas.
Cuarenta estaciones es un trayecto de trabajo profundo, una investigación que lleva al límite el concepto de la artesanalidad, el diseño, lo utilitario, lo simbólico y nos sumerge en la observación. Explora lo salvaje, lo domesticado, y emerge el concepto de feral, aquello que fue doméstico y se vuelve salvaje de nuevo. Kleiman parece surfear muy tranquilamente entre esas ideas. Su taller es una mezcla de proyecto científico donde la tecnología e incluso la IA son parte del proceso creativo junto al barro, la cerámica y los pigmentos.
Estos conductores de ideas se prestan para que la artista los interponga en el transcurrir del tiempo en el campo, entendiendo este tiempo como una secuencia de luz donde el color proporciona a la materia y su forma, el esplendor de una naturaleza sin sesgos de confirmación, que abandona lo ilusorio para conectar con la magia, la alquimia y un arte que surge del paisaje uruguayo.
Fernando López Lage
Pueblo Garzón, Uruguay. 2025
[1] Timothy Morton (Inglaterra, 1968) es un filósofo inglés, autor de una obra muy personal, que incluye la ecología, las ciencias duras y las artes visuales. Es profesor en la Rice University. Entre otros libros escribió Humankind y The Ecological Thought.
Polaridad. Más allá del equilibrio
El concepto de polaridad, supone que un mismo cuerpo contiene en sí mismo ciertos opuestos. Y a pesar de que, en apariencia pareciera definir la diferencia, el posicionamiento semántico pone el énfasis en la coexistencia armoniosa de tal divergencia.
En la obra de Dafne Kleiman -que aborda el volumen tanto desde lo escultórico como también en lo instalativo y el uso estratégico del espacio- tal equilibrio se hace visible en el uso de la forma y la contraforma, los ritmos y las líneas que buscan el todo complementario.
No es casual que ese eje -presente desde sus primeros vínculos con lo artístico-, se vuelque hacia el uso de la arcilla, materia que es capaz de transmutar su condición, es decir transformar su propia estructura para ser otra.
Implica un cambio necesario para poder formalizarse y perdurar en el mundo, requiere someterse a procesos de transfiguración tomados de un universo que no le es propio pero que la fortalecen.
Aquel material que mezclado con agua es plástico y maleablemente suave, se vuelve duro y resistente al exponerse por encima de los 1000 °C; y sin embargo contiene aún, incluso luego de ese proceso, el germen de la fragilidad.
Está allí de nuevo la polaridad, presentando los opuestos juntos, necesitándose unos a otros.
En sus piezas, es también el vacío y el complemento, aquello que fortalecen el equilibrio y la convicción de que aún lo disímil encuentra un punto de conexión y se integra. Blanco/negro, lleno/vacío, cóncavo/convexo son algunas de las estrategias de obra que se construyen a partir de la particularidad, afirmando el profundo sentir de Dafne de que todo es nada si no conforma algo más.
Con un riguroso estudio de la forma, el proceso que conlleva cada pieza o cada propuesta, es un maridaje de pasión y reflexión, junto a una investigación insistente y el permiso del ensayo y del error, con la convicción de que ese es el camino para llegar al resultado más genuino. Tal derivación suele luego, expresarse en series que contienen un gran número de piezas como: Cóncavo/Convexo, Danza geométrica o Saliendo de la caja, solo para nombrar algunas.
“Como parte del todo” (2021) presenta por primera vez la poética de la instalación desde lo constructivo, sabiendo conciliar los antagonismos, y si bien la obra se presenta en blanco y negro, todo en ella nos hace sospechar que cada pieza posee algo de la otra, y que necesitó de aquella para poder existir. Y en “Entre dos orillas” (2021) manifiesta un posicionamiento claro y amplio en el que Dafne Kleiman puede oscilar entre un margen y otro, entre una costa argentina y una costa uruguaya. Ese entremedio, lejos de ser un lugar de incertidumbre, es un espacio de certeza que se transita con el gusto del encuentro.
María Lightowler
Maldonado, Uruguay. 2021
En la obra de Dafne Kleiman -que aborda el volumen tanto desde lo escultórico como también en lo instalativo y el uso estratégico del espacio- tal equilibrio se hace visible en el uso de la forma y la contraforma, los ritmos y las líneas que buscan el todo complementario.
No es casual que ese eje -presente desde sus primeros vínculos con lo artístico-, se vuelque hacia el uso de la arcilla, materia que es capaz de transmutar su condición, es decir transformar su propia estructura para ser otra.
Implica un cambio necesario para poder formalizarse y perdurar en el mundo, requiere someterse a procesos de transfiguración tomados de un universo que no le es propio pero que la fortalecen.
Aquel material que mezclado con agua es plástico y maleablemente suave, se vuelve duro y resistente al exponerse por encima de los 1000 °C; y sin embargo contiene aún, incluso luego de ese proceso, el germen de la fragilidad.
Está allí de nuevo la polaridad, presentando los opuestos juntos, necesitándose unos a otros.
En sus piezas, es también el vacío y el complemento, aquello que fortalecen el equilibrio y la convicción de que aún lo disímil encuentra un punto de conexión y se integra. Blanco/negro, lleno/vacío, cóncavo/convexo son algunas de las estrategias de obra que se construyen a partir de la particularidad, afirmando el profundo sentir de Dafne de que todo es nada si no conforma algo más.
Con un riguroso estudio de la forma, el proceso que conlleva cada pieza o cada propuesta, es un maridaje de pasión y reflexión, junto a una investigación insistente y el permiso del ensayo y del error, con la convicción de que ese es el camino para llegar al resultado más genuino. Tal derivación suele luego, expresarse en series que contienen un gran número de piezas como: Cóncavo/Convexo, Danza geométrica o Saliendo de la caja, solo para nombrar algunas.
“Como parte del todo” (2021) presenta por primera vez la poética de la instalación desde lo constructivo, sabiendo conciliar los antagonismos, y si bien la obra se presenta en blanco y negro, todo en ella nos hace sospechar que cada pieza posee algo de la otra, y que necesitó de aquella para poder existir. Y en “Entre dos orillas” (2021) manifiesta un posicionamiento claro y amplio en el que Dafne Kleiman puede oscilar entre un margen y otro, entre una costa argentina y una costa uruguaya. Ese entremedio, lejos de ser un lugar de incertidumbre, es un espacio de certeza que se transita con el gusto del encuentro.
María Lightowler
Maldonado, Uruguay. 2021
El pensamiento sensible
En la génesis del arte surgen innumerables formas de acción que exponen la subjetividad individual de quien las produce, evidenciando no sólo las influencias o centros de interés vinculados a las distintas disciplinas, sino también sus características personales al momento de llevar adelante los procesos creativos.
En la obra de Dafne Kleiman, vislumbramos su inquietud por la investigación en varias disciplinas y también la pasión con la que lleva adelante dicha investigación, destacándose por sobre las demás áreas, el despliegue de los cuerpos en el espacio: la escultura.
Muchos de sus volúmenes, bajo relieves o maquetas se estructuran para ser vistos frontalmente, ordenándose en planos independientes que construyen un todo. Esa parte y el todo logran un juego lúdico (intención de la artista en alguna de sus obras) que nos remontan a las primeras esculturas de Alberto Giacometti (1901-1966) o los trabajos surrealistas del artista norteamericano Joseph Cornell (1903-1972), las cuales permiten ser manipuladas o manejadas por el espectador. Otras obras en cambio se nos presentan como grandes volúmenes inertes que se imponen en el espacio, como algunas de las obras de Philip King (1934).
Su formación ecléctica le permite dibujar en el espacio de diferentes formas y con diversos materiales, dejando lugar al vacío o por momentos liberándose de él, pero lo que sí podemos encontrar en todas sus creaciones es la sensibilidad por la materia y su riguroso estudio de las formas; porque como escribió alguna vez Eduardo Chillida (1924-2002), lo que podemos encontrar en común en todas las artes es “...la poesía, y una dosis de construcción, si no, no hay arte”. En la obra de Dafne, encontraremos ambas.
Lic. Gabriel Lema
Maldonado, Uruguay. 2020
En la obra de Dafne Kleiman, vislumbramos su inquietud por la investigación en varias disciplinas y también la pasión con la que lleva adelante dicha investigación, destacándose por sobre las demás áreas, el despliegue de los cuerpos en el espacio: la escultura.
Muchos de sus volúmenes, bajo relieves o maquetas se estructuran para ser vistos frontalmente, ordenándose en planos independientes que construyen un todo. Esa parte y el todo logran un juego lúdico (intención de la artista en alguna de sus obras) que nos remontan a las primeras esculturas de Alberto Giacometti (1901-1966) o los trabajos surrealistas del artista norteamericano Joseph Cornell (1903-1972), las cuales permiten ser manipuladas o manejadas por el espectador. Otras obras en cambio se nos presentan como grandes volúmenes inertes que se imponen en el espacio, como algunas de las obras de Philip King (1934).
Su formación ecléctica le permite dibujar en el espacio de diferentes formas y con diversos materiales, dejando lugar al vacío o por momentos liberándose de él, pero lo que sí podemos encontrar en todas sus creaciones es la sensibilidad por la materia y su riguroso estudio de las formas; porque como escribió alguna vez Eduardo Chillida (1924-2002), lo que podemos encontrar en común en todas las artes es “...la poesía, y una dosis de construcción, si no, no hay arte”. En la obra de Dafne, encontraremos ambas.
Lic. Gabriel Lema
Maldonado, Uruguay. 2020